- Haz preguntas con final abierto. Las preguntas abiertas permiten que la persona exponga su punto de vista, lo que piensa y siente, lo que le importa e inquieta. El protagonismo es suyo.
- Avanza suavemente. A veces, ir despacio es la mejor manera de avanzar más. Sin la ansiedad de lograr un resultado, de terminar rápido, es más fácil acompañar, centrarnos en el tema y en la persona y adaptarnos a su ritmo.
- Evita juzgar. Mis juicios hablan de mi interpretación de la situación. ¿Le aportan algo estos juicios? ¿Le ayudan a moverse o generan más debate y le despistan de la solución?
- Escucha a tu cuerpo. Nuestro cuerpo nos habla de aquello que percibimos pero que nuestra mente aún no ha racionalizado. Leer y atender los cambios que experimentamos en el cuerpo, nos da pistas para tener una percepción más completa de la realidad.
- Aprende del pasado. El único uso válido del pasado es aprender de él y hacer los cambios necesarios para ser y vivir en plenitud. Si sigo manteniendo mis formas de pensar y actuar del pasado, mi futuro será igual que mi presente actual. Y a veces, vamos por la vida con la única referencia del pasado, de las experiencias vividas en otros tiempos, las creencias generadas… Es como pretender conducir un coche por la autopista mirando sólo por el espejo retrovisor. ¡El accidente está asegurado, antes o después!
- Deja abierta la historia. No pretendamos cerrar el proceso desde nuestra óptica. Cuando dejamos espacio a las múltiples opciones, la vida se manifiesta con soluciones inesperadas.
- Establece límites. Los límites nos ayudan a distinguir dónde está la responsabilidad de cada cual en cada momento y es una manera de ofrecer y sentir seguridad en la relación.
A partir de hoy, sé que nuestras conversaciones serán un poco más empáticas, más efectivas y sanas para los demás y para nosotros.
¡¡¡Que tengáis un buen día!!!
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