¿De qué me sirve tener la razón –mi razón– si no soy feliz?
¿Qué importa más salirme con la mía o ser feliz?
Nos ofuscamos en defender nuestra razón, nuestro punto de vista, nuestra interpretación de la realidad sin darnos cuenta de que estamos ciegos a ella y que solo vemos una pequeña parte de la misma. Eso sí ¡es la nuestra!, esa que nos hace decir "¡esto es así…si lo estoy viendo con mis propios ojos!
Anoche asistí a una conversación en la que una madre le decía a su hijo que éste había despreciado sus regalos y que ni siquiera había ido a celebrar con ella el cumpleaños cuando le estaban esperando con la mesa preparada. El hijo, callaba nervioso, sin poder dominar sus emociones. Más tarde, fuera de ese espacio, decía el hijo a su padre : Es como que tu no existieras, no se da cuenta de que siempre tengo que celebrar mis cumpleaños con ella. Donde su madre veía un desprecio, su hijo estaba tratando de celebrarlo también junto a su padre. No había desprecio, había amor a los dos. Un amor que no encontraba la manera de manifestarse de forma respetuosa, sana y equilibrada.
Hoy, trataré de comprender en vez de juzgar.
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