A medida que transcurre la vida pasamos por experiencias que, en función de cómo las gestionamos, nos llevan a conformar un pack de creencias sobre lo que es posible e imposible, lo que está bien y mal, lo deseable e indeseable, etc.., de tal modo que en adelante nos comportaremos de acuerdo a estas creencias aunque la situación sea otra y haya cambiado.
Si observamos a un niño en sus primeros meses, vemos que intenta de una y otra manera moverse, levantarse, caminar, alcanzar objetos, acercarse a sus padres,.. Es experiencia en estado puro. No hay juicios ni creencias. ¿Cómo sería su evolución si colocáramos en su mente los juicios y creencias que un adulto ha ido adquiriendo?.
Por contra, en la madurez, encontramos personas que viven en las creencias, en las memorias del pasado y que han renunciado a la experiencia, al intento de nuevas vivencias y aprendizajes.
Nuestro reto es distinguir las vivencias -hechos- de las creencias -interpretación de los hechos- para no quedar anclados al pasado y poder vivir un presente lleno de posibilidades de forma coherente con nuestro momento vital.
Dicho de otro modo : "Si no sois como niños no entraréis en el Reino de los Cielos"
¿Qué eliges hoy, la flexibilidad y la inocencia del niño o la rigidez de las creencias y juicios de la persona adulta?
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