Estos últimos días estoy experimentando esta sensación: la Vida me vive.
No es que me sienta vivo o que sienta la vida en mí. No. Es que soy consciente, por momentos, de que es la Vida quien me llena y alcanza cada una de las células del cuerpo; es ella quien me despierta, me activa, me saca una sonrisa, me lleva a inspirar con toda la amplitud, es quien me calma y me trae paz.
Esta plenitud me lleva a honrar la Vida, reconocer nuestra dignidad y la de nuestras propias vidas, más allá de las condiciones en las que estemos viviendo, tal y como lo expresa este texto:
"Hay una luz en ti que jamás puede extinguirse y cuya presencia es tan pura que el mundo se purifica gracias a ti. Todo lo que vive no hace sino ofrecerte regalos y depositarlos con gratitud y alegría ante tus pies. El aroma de las flores es su regalo para ti. Las olas se inclinan ante ti, los árboles extienden sus brazos para protegerte del calor y sus hojas tapizan el suelo para que camines sobre algo mullido, mientras que el sonido del viento amaina hasta convertirse en un susurro en torno a tu cabeza. La luz que refulge en ti es lo que el universo ansía contemplar." Ucdm. Lec. 156
¡Cómo cambia nuestro caminar, nuestra manera de relacionarnos, nuestros sentimientos y actitudes al contemplar así la Vida y dejar que sea ella quien se expresa en toda su plenitud a través nuestro!
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